RECUERDOS Y NOSTALGIAS
Isaías Mendoza Pinedo
 
    Espero que al leer estas líneas no me tachen de crítico hacia algunas personas que hoy ya no están entre nosotros y que, si no obraron bien, fue debido a la ignorancia y nunca a la mala fe.

    No hace mucho tiempo pasé por los alrededores del famoso “Cañete”, cuyo paraje todos sabéis muy bien dónde está y que tan familiar fue para la gente del pueblo, aunque, desgraciadamente, hoy ya sea algo olvidado.

    Me paré un momento y mis ojos se quedaron fijos en un punto imaginario. De pronto creí ver una gran mole gris en forma de iglesia románica; sí, creí ver una magnífica iglesia románica con arcos ojivales que fue construida hace más de ocho siglos quizá sobre otra anterior de estilo gótico. Creí verla con su gallarda torre, que si bien no era muy alta sí le daba cierto aspecto de castillo medieval de los que tanto abundan por nuestra región.

    Creí ver los anchos muros que la sostenían, fuertes como las piernas de Hércules o del Coloso de Rodas, y también vi revoloteando a su alrededor decenas de vencejos y golondrinas de los que tanto abundan en el pueblo durante la época estival.

    Y pasaron por mi mente, como en una cinta cinematográfica, los acontecimientos que en ella viví durante los siete largos años en que serví como monaguillo.

    ¡Cuántos recuerdos!. Cuántos bautismos y confirmaciones de los que hoy ya sois hombres y mujeres, cuántas bodas de los que hoy ya tenéis nietos, y, ¿por qué no?, cuántas misas recordando a nuestros difuntos...

    Cómo han hecho casi borrar de nuestras mentes aquellas misas cantadas, aquellos rosarios de mayo y octubre a los que siempre acudían los jóvenes, un poco por fe católica y otro poco porque a la salida siempre se encontraban con los novios o novias para pasar un rato juntos, sobre todo aquellos que aún no habían recibido el consentimiento de sus mayores para iniciar el noviazgo.

    ¡Qué lejos queda todo aquello! ¡Cuántas ilusiones, si no perdidas sí olvidadas!.

    ¿Y todo ello por qué?, pues porque una piqueta despiadada, manejada por manos ignorantes y guiada por personas aún más ignorantes e inconscientes la hicieron desaparecer, tal vez sin saber lo que hacían ni el daño que estaban causando al patrimonio cultural de nuestro pueblo y de nuestro país.

    ¿Acaso cuando a una persona se le ha roto un brazo o una pierna hay que eliminarla?. Por supuesto que no; se le realizan las curas necesarias y sin duda alguna podrá continuar ejerciendo su vida normal durante muchos años.

    Pues eso es lo que hicieron con nuestra iglesia; a nuestra iglesia la eliminaron. Ya es hora de que se enteren nuestros jóvenes de la magnífica obra arquitectónica que teníamos en el pueblo y que, a causa de la ignorancia, las generaciones venideras no podrán disfrutar ni admirar.

    Nunca me había parado a pensarlo pero me dio mucha pena ver convertida a nuestra querida iglesia en un corral de ganado, y saber que aquel lugar sagrado donde fuimos bautizados y tomamos nuestra Primera Comunión, hoy está lleno de estiércol.

    Cuánto disfrutamos en nuestra adolescencia, generación tras generación, reuniéndonos en los alrededores de aquella iglesia que todos conocíamos cariñosamente como “El Escamado”.

    Cuántas veces hemos tocado aquellas campanas y esquilines, que nos parecían como una cosa nuestra, anunciando fiestas, procesiones y noches de Todos los Santos, donde los mozos asaban un cordero en su torre a la vez que tocaban a las Ánimas, aunque, eso sí, teniendo buen cuidado en apagar el fuego cuando terminaban para que no se declarase un incendio en su iglesia.

    Y así, año tras año, hasta que unos devastadores o depredadores con manos despiadadas, a la vez que borraban a golpe de piqueta nuestras ilusiones también privaban a nuestros descendientes de contemplar y admirar uno de los monumentos arquitectónicos antiguos más ricos de nuestra provincia.

    Pero tal vez no tuviese toda la culpa quien la demolió u ordenó su demolición. Quizás parte de la culpa fuese también nuestra porque con nuestra indiferente actitud lo consentimos y permanecimos impasibles viendo cómo la derrumbaban piedra a piedra sin hacer nada para impedirlo. Y hoy nos damos cuenta y lamentamos no haber sido más enérgicos para evitar que nos destruyeran aquel bello patrimonio que nos legaron nuestros mayores.

    Y ya para terminar les diré que esto me recuerda aquella frase que se hizo tan famosa y que Fátima le dijo a su hijo Boabdil cuando perdió Granada ante los Reyes Católicos: “LLORA COMO MUJER LO QUE NO SUPISTE DEFENDER COMO HOMBRE”.