CASTRONUEVO, 
PUEBLO MÍO
Aunque seas del tiempo un desafío
y luzcas piedras de romana vía
en tu vieja Castilla cual vigía
firme estás Castronuevo pueblo mío.

Oasis de paz, el silencio que ansío
es vivo en tu remanso, es melodía
que lleva gozo al alma cada día
como a sedienta flor lleva el rocío.

En su latir pregona el campanario
clamores de lo eterno, campanadas
que anuncian el destino y el horario.

Hondo guardas al viento las baladas,
ecos de paraíso en primavera
trinos, flores, amor, ¡la vida entera!

LA FUENTE DEL PRETIL
A TU BANDA LOCAL 
QUERIDO CASTRONUEVO
Qué dulce y que sencilla
era la fuente que en mi pueblo
junto al pretil había.
Por sus caños humanidad vertía
era lugar de cita de la gente.

Con sus chorros de agua
lentamente
llenábanse los cántaros rosados.
¡Cuántos amores se han visto forjados
entre su brisa
y con su luz presente!

No tembló nunca
ante ningún tempero
y la gente y ganados
y pájaros y flores
de ella bebían
desde los albores.
Con su mástil erguido
y cual roble señero
su savia daba vida a Castronuevo.
¡Oh fuente del pretil! Mi fuente,
centinela sin relevo.

La antorcha se ha encendido, hoy es tu día,
¡Oh!, banda de cornetas y tambores
que alienta sueños, nostalgias y amores
en redobles de bella sinfonía.

Eres de Castronuevo la alegría
y de su gente, al alma, tus clamores
espelen la fragancia de las flores
que el toque de diana los rocía.

Vibrante la corneta ha resonado
y con fuerza en su son le dice al viento
que la Visitación ha comenzado.

Baile y rezo a la vez, y el gran portento;
un Guindo es, hoy, Señora, tu guión
y del pueblo, en su fiesta, impar florón.

MI VIEJA BODEGA
EL RITO DE LA MATANZA
Abierta al sol de oriente, revestida
de un manto blanco de tierra encalada
y por piedras y losas la fachada,
campea mi bodega tan querida.

Siempre la veo al recorrer mi vida;
la gruesa llave en hierro forjada,
el jarro, el catavinos y a la entrada
el carburo y candil, nunca se olvida.

Conozco su interior a cierraojos,
las sisas con los tinos y las cubas
y el rincón donde guarda los abrojos.

Por su zarcera he visto echar las uvas
y he visto el mosto hacerse en el lagar,
trocado luego en vino al fermentar.

La mañana era fría, seca, helada
y el estiércol alfombra parecía;
trágico sino va a marcar el día,
ver a la parca en fasto colmada.

Silente deja el puerco su morada
y, sin hozar, ni gruñir todavía,
súbitamente un gancho le prendía
atenazando su blanda papada.

Estallan en el aire los quejidos,
vibra la matancera ante la danza
y a su causa se entrega el matachín.

Fluye la sangre, cesan los gemidos
y un rescoldo rubrica la matanza.
¡Preludio delirante del festín!

¡AY!, MI VIEJO COLMENAR
LAS OVEJAS Y EL RITO DE LA SAL
Esta piedra, Marina, que aquí ves
recubierto de musgo y sonrosado,
es relicario en el que está guardada
de un viejo colmenar su historia, pues.

En derredor verás que todo es mies,
antes que cereal hubo viñedo
y un islote de lilos con remedo
de jardín con romero aquí a tus pies.

Pero no hay lilos ya, ni ya hay romero
y el colmenar viviente en pie senero
tan sólo vivo está en mis pensamientos.

Cual ocre boya en un mar de sarmientos,
olores exhalando a miel y cera,
así era el colmenar ¡ay!, si existiera.

En la cañada, al borde, en un calvero,
como troncos resecos y rugosos
de una arboleda de olmos añosos,
doce piedras formaban el salero.

De las ovejas eran comedero
y mesas amorosas del zagal,
todos los días su bolsón de sal
en ellas derramaba con esmero.

Cuando en verano, ya al atardecer,
salían los rebaños a pacer
era rito pararse ante el salero,

y si pastor y perro se lucían
doce blancos anillos florecían
cual estampa en visión de imaginero.

Las ovejas y la sal, por Justo Ortega
LA SIEGA
EL CARRO DE LA MIES
Te fuiste, ¡Oh! primavera, con tu vestido verde
salpicado de rojas amapolas.
Ha llegado el estío y todo el campo
-montes, valles, laderas-, se ha erizado
de doradas espigas seductoras.

La mies se mece al viento y ondulea
su rubia cabellera de inclinadas cabezas.
Con ansiedad, el labrador espera,
tras la siega, recoger su cosecha.

Asoma el sol, brumado aún por la aurora,
y el segador y los gavilladores,
aquí y allá, dispersos en cuadrillas,
afluyen hacia el tajo; es la hora
de acariciar de cerca las espigas.

Ya se oye el son de sierras y de rastros,
la siega ha comenzado, se abre el corte
y estelado el rastrojo de gavillas
se ve al gavillador, ¡cuán bella estampa!,
modelar sendas parvas con los haces
y a las hoces brillar ante la danza.

Y por entre las pajas del rastrojo,
de un surco, a orillas del arroyo,
sale una codorniz con su pollada,
van con presura a hurtarse en la morena
que sirve a las gavillas de almohada
hasta ser acarreadas a la era.

La oscuridad envuelve aún la era
y en el silencio de la madrugada
sólo unas voces se oyen aisladas,
la ronca y cariñosa de un mulero
y la de un gallo de granja cercana.

Todavía en el cielo se veía
a la luna vagar hacia el Poniente,
cuando a por mies los dos carros partían,
uno de violín, otro de varas,
con el mulero y cargador al frente.

Y con la luz del alba en el rastrojo
y los carros al par de las «morenas»,
entre pompas de bruma mañanera,
comienza con su rito la faena.

Ya el cargador extiende los armajes,
ya desata las bolsas de sus lías,
ya en sus manos enguanta las manoplas.

Ya la horca de purrir toma el mulero
y entre horcada y horcada de gavillas
ungido como un puro imaginero
el cargador con las mieses cincela
un gigante haz, bello y señero
que airoso porta el carro hasta la era.

TRILLA Y PARVA
Sin tener aún el sol su poderío
la mies acarreada en la mañana
se tiende como esponja en el anillo,
para ser oreada del rocío
que el relente manó en la madrugada.

Y en tanto el sol calienta las espigas
se hace la primer pausa en la jornada,
la que alivia el esfuezo del ganado
y enjuga de su rostro a los labriegos,
el sudor derramado al acarreo.

Es la hora alegre del sabroso almuerzo,
espesas sopas de ajo a la cazuela,
las chuletas de oveja y los torreznos
y el vino de la bota en paladeo.

La hora libre y de holganza del ganado
que, tras colmar su sed en los pilones,
en la trilla se revuelca ufano
y ansioso pace de la avena el grano.

Ya finado el descanso relajante

comienza la faena de la trilla
con su rítmica danza circulante
y el sonoro crujir de las espigas.

A pie firme o sentados en los trillos
señorean la era los labriegos
hasta que marca el sol su mediodía,
hora de la parada y de la torna
con horca de dos dientes y rastrilla.

Todo queda en quietud, todo es silencio,
es la hora de comer, hora de siesta,
la de hacerse el amor la trilla y sol.
Y en la tarde otra vez ganado y trillos,
dan vueltas y más vueltas por la era
hasta dejar tan bruñida la trilla
que a un manto nacarado se asemeja.

Ya no se ve la espiga y grano y paja
brillantes en el aire cabrillean
cuando bieldos y rastra allí levantan
pequeñas pompas como nubes blancas
al afrailar la parva en el rastreo.

EL AVENTEO DE LA PARVA
ADIÓS AL VERANO
¡Oh!, pálida mañana,
cuán bello es tu gris perla y hasta el viento,
y tu cielo empedrado,
las nubes y el aliento
y el suave noroeste tan ansiado.

Qué importa que en la era
el silencio ese día haya quebrado
o que el aire resople,
si va a ser liberado
de la parva, el grano que ella esconde.

Sin pausa, lentamente,
al son de un tableteo de ruda beldadora
y al giro de sus aspas,
la parva es aventada,
tras gariada y gariada en la tramoya.

Y como agua en la fuente,
fluye armonioso el grano en su chorreo
formando un bello muelo
que es del alma recreo
si se le mira como pan del cielo.

Ha cesado la bielda y en la era.,
como senos gigantes, han brotado
un muelo de oro miel, trigo dorado,
y un alto pajiguero, guarda cera.

Ya entró el rayo de sol en la panera
y en el viejo pajar. ¡Todo ha finado!
En costales el grano es envasado
y la paja entre redes de galera.

Como blanco mantel se ve la trilla
y la era su adiós dice al verano
al sentirse vacía y ya desnuda;

más pronto, brota en ella la semilla
y el támo es una alfombra, donde el grano,
el blanco del anillo en verde muda.