CASTRILLO DE DON JUAN 8 de Agosto de 2003 |
INTRODUCCIÓN
Es para mí un honor inmerecido el poder estar
hoy aquí, delante de vosotros y vosotras dispuesto a pregonar las
fiestas de verano de nuestro pueblo, Castrillo de D. Juan.
ILMO. SR. ALCALDE, AUTORIDADES, ORGANIZADORES, QUERIDOS PAISANOS: Quiero empezar esta tarde,
Quiero prender la ilusión
Por eso quiero decir
Yo sólo deseo pregonar con el corazón en la mano, llevado por el hondo sentimiento de amistad que me une a todos vosotros. Y es desde el corazón agradecido desde donde os hablo, desde donde os siento y desde donde hoy, 8 de agosto de 2003, me uno a la mágica luz de la fiesta que va a empezar. Cada uno de nosotros, portador de vivencias diferentes pero de recuerdos comunes. Cada rincón, cada casa, cada calle son como anclajes de nuestras vidas y puntos de referencia de nuestra memoria común. Por encima de las generaciones está la vivencia diferenciada, pero permanente, de las escuelas, de las fuentes: La Segadora, Hontoria, Los Moros…, las eras del páramo o del prao, la Calle Real, Piloncillo, c/ Abajo, c/ Alta, c/ Arrabal, Antanilla…, el desaparecido palacio, las casas “nuevas”, el Infierno, esta plaza, el Ayuntamiento viejo y el nuevo con soportales, o la Iglesia y sus campanas: Testigos permanentes del vivir cotidiano. ¿Cuántas vidas Dios mío, cuántos recuerdos, cuántas ensoñaciones, cuántos suspiros, cuántos sufrimientos, cuántos amores, cuántas ilusiones están hoy concentradas aquí, símbolo de otras muchas que ya desaparecieron? Personalmente, siempre me he preguntado ¿cómo es posible que una tierra, un pueblo, unas vivencias de niño, puedan condicionar tanto? Aquellos primeros días de escuela —y los problemas
con la tabla de multiplicar—, con D. Servilio (q.e.p.d.) los niños,
y con Dª Visita o Dª Raquel las niñas. La Primera Confesión
y Comunión, en Mayo, entre nervios, en los reclinatorios revestidos
de blanco y moteados de flores clavadas con alfileres, con los trajes y
el alma relucientes… con D. Gerardo…
Eran “aquellos tiempos” Hoy os sonará estrambótico que en verano, (por estas fechas) el sonido monótono de las campanas nos levantase, a la mayoría, los domingos, a las tres de la mañana, para asistir a la misa (en latín, casi todo) mientras el sacristán recitaba el rosario, antes de incorporarnos a las faenas propias de la estación: arrancar yeros, bezas, titones, garbanzos o lentejas, siega a mano o gavilladora, acarreo, trilla, bielda, meter la paja para los machos durante el año… total el verano nos duraba los tres meses… ¡COMO DEBE SER!!! El tiempo, las faenas del campo, los trabajos caseros, impregnaban nuestras vidas, el arar, la siembra, la escarda, la siega, la parva, el beldar, los sacos de trigo, el molino, la harina, el horno, el pan, la vendimia con sus múltiples lagares, las bodegas, eran otras tantas fases anuales de nuestras vidas. Llenas de esperanzas y frustraciones. Las casas no se limitaban a un televisor y unos dormitorios, eran escuelas del vivir cotidiano. La chimenea era punto de encuentro, la cocina testigo de todos los avatares familiares. La bodega, o la cantina a la hora del aguardiente, eran el complemento mínimo necesario para la vida familiar. (Era el noticiario local) La matanza era rito, fuente y origen de toda la cocina familiar a lo largo del año; las gallinas, y algún que otro conejo, junto con las hortalizas del huerto aseguraban la diversidad y la supervivencia de la economía doméstica. Para los más jóvenes esto queda muy atrás; prácticamente sólo vive ya en los recuerdos de las generaciones de los mayores. Es un mundo que se ha ido. Para bien o para mal. No era un mundo idílico; era duro; lleno de carencias; pero humano, tremendamente humano, dolorosamente humano. En momentos difíciles nos hemos acordado de nuestro san Antonio, de nuestros curas, de aquellos que fueron nuestros maestros. Hoy aquí nos hemos reencontrado los que no han dejado el pueblo con los que nos fuimos. Los que nacieron aquí o de aquí salieron para formar nuevas familias en otras tierras. Pero todos dejamos aquí amigos, familia, vivencias y recuerdos. Ni la distancia, ni el tiempo, ni los olvidos, ni los cambios harán desaparecer nuestros afectos. Aquí nos presentamos unidos hoy, en nuestra plaza, en nuestro Ayuntamiento, a la sombra de nuestra Iglesia, ante los ojos de piedra de la Segadora —padres, hijos, y nietos, amigos de Castrillo de Don Juan—, todos cantando juntos a nuestro pueblo. Pero estamos en fiestas y todas las espinas del camino deben dejarse a un lado. Tan solo, en este momento, deseo deciros que tenéis la gran suerte de ser conciudadanos de uno de los mejores pueblos de la provincia de Palencia. Y lo digo yo, que he recorrido la provincia de Norte a Sur. Esta fiesta se caracteriza porque sabéis cómo abrir las puertas de la amistad que es el mejor regalo que un ser humano puede dar. Vuestros brazos se abren con solidaridad a todos los amigos y familiares que hoy nos visitan. Lo tenéis todo a punto para los deportes, la música, los juegos y el ruido enloquecedor de vuestra alegría. Todo está listo para empezar sin olvidarnos de lo cultural, sabéis que la cultura y la educación hace más libres a los hombres y nos invita a vivir mejor, a sentir y a comprender el mundo. Tenéis que sentir la necesidad de ello día a día. (Aunque el “Mola, mazo” y el “que te cagas”, como únicas muletillas juveniles, se esfuercen en contradecirlo). No quiero retrasar más el inicio de la fiesta. Espero que en mis palabras hayáis encontrado la voz de la amistad, y también el eco del cariño. Ya debe correr la fiesta como pólvora espléndida de gozosa alegría. |
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